miércoles, 25 de febrero de 2015

Menudo desamparo

El nene se tiene que quedar afuera- dijo la doctora.

Era un chiquito de unos 4 o 5 años.

Vestía un bucito un talle menos…le llegaba hasta el ombligo,  tenía las manos recién lavadas, cara de bueno y ojitos de recién levantado.

Una enfermera lo sacó al pasillo de la sala de hospital a donde entraba su madre a hacerse un estudio. Cuando cerraron la puerta, en un movimiento borroso de tan veloz, se puso frente a la puerta, de cara a esta, casi pegado…casi, pero no.

Solo la palma de su mano apoyada en la puerta, que se elevaba por encima de su hombro y parecía imantada.

No hubo protesta, tampoco enojo, tampoco llanto. 

Pero era un crío hecho miedo, por eso no hubo una persona que no lo mirara compadeciente mientras la enfermera le acariciaba el cabello y le daba consuelitos que él, obviamente y pobrecito, en su angustia no escuchaba

Era su mano, pegada a la puerta de aquella sala…

Era su cabeza gacha y esas ganas de llorar que se aguantaba…

Era su ansiedad menuda que lo hacía apretar fuerte y hacer un bollo, con su otra mano, el ruedo de su bermudita a cuadros...

Era el temblor de sus piernitas de soquetes ya sin elástico.

Se necesitaba tan solo mirarlo para saber todo su desamparo.

¿Pensaría en dibujitos? ¿Contaría una y otra vez, uno, dos, tres y cuatro? ¿Qué hace un nene cuando quiere no pensar y que un momento pase rápido?

Su mano pegada a la puerta lo mantenía cerca de mami, le aseguraba no perderla, le contenía muy adentro el llanto.


Pero los niños son transparentes, tan transparentes…y éste lo era tanto! que vi a través de él a un soldadito desarmado…a un perrito callejero en la lluvia…a un niñito rogando que su mamá vuelva rápido, pero rápido.