El nene se tiene que
quedar afuera- dijo la doctora.
Era un chiquito de
unos 4 o 5 años.
Vestía un bucito un
talle menos…le llegaba hasta el ombligo, tenía las manos recién lavadas, cara de bueno
y ojitos de recién levantado.
Una enfermera lo sacó
al pasillo de la sala de hospital a donde entraba su madre a hacerse un
estudio. Cuando cerraron la puerta, en un movimiento borroso de tan veloz, se
puso frente a la puerta, de cara a esta, casi pegado…casi, pero no.
Solo la palma de su
mano apoyada en la puerta, que se elevaba por encima de su hombro y parecía
imantada.
No hubo protesta,
tampoco enojo, tampoco llanto.
Pero era un crío hecho miedo, por eso no hubo
una persona que no lo mirara compadeciente mientras la enfermera le acariciaba
el cabello y le daba consuelitos que él, obviamente y pobrecito, en su angustia no escuchaba
Era su mano, pegada a
la puerta de aquella sala…
Era su cabeza gacha y
esas ganas de llorar que se aguantaba…
Era su ansiedad
menuda que lo hacía apretar fuerte y hacer un bollo, con su otra mano, el ruedo
de su bermudita a cuadros...
Era el temblor de sus
piernitas de soquetes ya sin elástico.
Se necesitaba tan
solo mirarlo para saber todo su desamparo.
¿Pensaría en
dibujitos? ¿Contaría una y otra vez, uno, dos, tres y cuatro? ¿Qué hace un nene
cuando quiere no pensar y que un momento pase rápido?
Su mano pegada a la
puerta lo mantenía cerca de mami, le aseguraba no perderla, le contenía muy
adentro el llanto.
Pero los niños son
transparentes, tan transparentes…y éste lo era tanto! que vi a través de él a un
soldadito desarmado…a un perrito callejero en la lluvia…a un niñito rogando que su
mamá vuelva rápido, pero rápido.