Nadie se enteró de que aquella noche, solita, en el sexto
piso de un apartamento alquilado, murió Paloma…una paloma. Sopló una lentejita
de aire por última vez dentro de una caja con ventanas coquetas, acompañada por
un trapo viejo, a pasitos de donde yo dormía.
Me pregunto en qué parte de este inmenso universo algo
cambió…porque yo sigo levantándome a la
misma hora, la gente sigue riendo, el sol brilla generoso, los días rotan repetidos
y su olor aun impregna mi cocina.
Que pare el mundo por favor. Esto no puede seguir así…como
si nada.
Odio el olvido, sí, lo odio… sin ponerme a evaluar si está
bueno para así poder continuar, si es un mecanismo inteligente o si a veces lo
he de amar. Digo que lo odio y ya.
También me pregunto las siguientes cosas sin preguntarme
otras más complejas… ¿Habrá amado, tendrá hijos, habrá sido amada? ¿Alguien la
recordará toda su vida? ¿Qué huella dejó en el mundo?
Aquella tarde que la encontré en el pasillo de mi edificio, yo
estaba por salir muy apurada a comprar un regalo sorpresa para un ser querido y
tenía poco tiempo para hacerlo.
Y ahí la vi, en un rincón,
quietita…casi muriendo sin defenderse ni luchar…escondía todo lo que podía su
cuerpito plumero, como queriendo pasar desapercibida, como queriendo morir
aunque sea en paz, como resignada a que una mano humana que se acercara solo
sería para sacarla de forma violenta de ese lugar. ¡Qué equivocada que estaba! Porque
esa mano era la mía. No podría pasar por mi mente dejarla allí, está en mi
naturaleza el “no poder no hacer nada” ante el sufrimiento de un animal.
Busqué
una caja, una escoba y con cuidado intente meterla. Y es que… a mí me nacen estas
cosas de ayudar a los animales, pero a la vez me angustian por que ante el
sufrimiento no soy totalmente resolutiva.
La miré, la miré mucho cual veterinaria, busque números
telefónicos de veterinarios que atendieran una paloma, un domingo…
Busque información por internet, algunos comentarios muy
alentadores y otros no tantos pero por lo menos (gracias a dios porque ya me
creo demasiado especial) no era la única loca que rescataba palomas.
Con la vida ya complicada desistí ese día de los
veterinarios e hice lo que mejor pude por ella. Con ayuda de mi novio la
alimenté (y no comió), le di agua (tampoco bebió)…le puse un trapito viejo que le
sirviese de cobijo…y la dejé, en su caja, en un rincón de la cocina.
Durante esos 2 o 3 días que estuvo conmigo (qué horror, ni
siquiera sé cuántos días la cuidé) me sentí incomoda. Yo amo a los animales,
pero le tengo miedo al dolor, y como ella estaba enferma…casi que ni quise
tocarla. Nada de lo que hice incluyó algún tipo de roce salvo una caricia que
con todo coraje le di en sus pelitos de la cabeza, bien ahí donde iría el moño.
¿Cómo explicar cuanto estuvo en mi mente aquella criatura?,
la vigilaba a cada minuto, buscaba información, hablaba por teléfono con
veterinarios, pensaba en ella a cada paso.
Ella… (hablaré un poco más de ella, al fin y al cabo es la
protagonista) era bastante grande, era color gris clarito, era adulta ( lo supe
por el color de su pico, en una de mis tantas búsquedas de información aprendí
esto). También tenía ojos muy tiernos, mirada huidiza, pestañeo desprotegido, respiración
sumisa y penachitos de ex vivaracha. No volaba, no caminaba, a veces intentaba alguna de estas dos cosas pero solo lograba
arrastrarse.
Tenía algo así como un tic, hacía movimientos con sus
patitas sincronizados al ritmo del corazón. Era como si su corazón moviese su cuerpo
entero.
Una madrugada de tanto moverse se me escapó de la caja y
paseó a los saltos por toda la casa. Pienso que tomó coraje y le puso
movimiento a su derecho de volar, porque en algún rinconcito de su primitiva
cabecita sabía que era su derecho, lo que ansiaba y lo que merecía.
El día que al fin pudo atenderla una especialista, la llevó
mi novio mientras yo en clase pedía el
parte mediante mensajes cada minuto (desaprobé esa materia, de hecho). Diagnóstico:
enfermedad New Castle, neurológica, con pocas posibilidades de reversión. Pero
pocas, no nulas…y yo me aferré con fuerza a esas pocas transformándolas en
todas.
Esa noche, al salir de clase, lo único que quería era llegar
a casa y verla. Al mirarla sentí que iba a estar mucho tiempo más en mi casa y
que yo podría hacer lo suficiente como para sentirme ansiosa y preocupada
durante varios días.
¿La soltaría en la plaza? ¿Correría peligro? ¿Cómo saber cuándo
estuviese bien preparada? ¿Tendría que volar primero por toda la casa? Juro que
todo eso me inquietaba.
Después de medicarla, recé por que se salvara y me dormí imaginando
el día de su primer vuelo después de que se curara.
La llamamos Palomita.
Esa misma noche murió.
Partió a las horas de mi última mirada. Fue mientras yo
dormía, no me di ni cuenta… ¿por qué no me di cuenta? ¿Por qué no me llamó, no
pidió auxilio, no dejó que la socorriera? ¿Por qué a veces un deseo en el
corazón, grande como un castillo, no basta? ¿Por qué mi mirada no alcanzó para
que entendiera que debía quedarse, que yo quería que se quede, que la quería
tanto como hasta para acariciarla…?
Yo le había hecho ventanitas a la caja para que no se
aburriera, y la había acomodado un rato en el balcón para que se animara.Yo que
no alcancé a sacarme el coraje de no animarme a abrazarla, con todas las ansias
que yo tenía y con toda la necesidad que ella aparentaba.
Le conversé, la vi traviesa queriendo escaparse, la vi
mejor…con futuro largo, de paloma.
No entiendo por qué se murió porque no entiendo la muerte pero
menos entiendo por qué miles de palomas mueren por día sin que ni vos, ni yo nos
demos cuenta , ni nos roben si quiera un suspiro verlas muertas por cualquier
parte.
Palomita, en más o menos dos días, logró que la quisiera,
logró que me preguntara por ella, que la cuidara, que desafiara mis miedos aun
tan fuertes, que creciera y priorizara la vida, que se me arrugara el corazón
esa mañana…
Yo hubiese estado ahí y seguramente hubiese hecho algo para
tratar de que no sufriera, no sé muy bien qué, no se me ocurre nada…pero
hubiese estado allí, haciendo algo y bien cerca.
¿Por qué no cambio una pizca el mundo ese día? ¿por qué las
sonrisas no tienen menos mueca?
Nadie sabe que tuvo un nombre que le dió un lugar en el
mundo humano aunque sea unas horas, nadie sabe que alguien la quiso, la
alimentó, le dió los remedios y la llamó entusiasmada “traviesa”…nadie sabe que
tuvo un trapito y que tomaba agua en un taponcito de pileta lavatoria, nadie
sabe que fue mi mascota.
Pero yo sí sé lo que significó para mí. Solo para mí, que atesoro
su plumita perfecta en mi libro preferido
y la imagen de ese esperado primer vuelo, al cielo, contenta.
Atesoro el abrazo que no le di, pero que es y será solo suyo…
y sé que lo tendrá de la manera y en el lugar que sea.