Me gusta ver la
lluvia a través de los faroles de la calle…
Me gusta porque revivo
lo que sentía cuando los veía de chiquita mientras mis papás volvían de los
bailes del pueblo.
Al salir del baile me
cargaban dormida en el asiento de atrás del auto, y por lo general me
despertaba a mitad de camino mirando hacia arriba.
Veía, a través del
vidrio, los arboles perdidos en la noche
y los faroles alumbrándolos en su aureola…y me gustaba tanto que en vez de
cerrar los ojos y continuar mi sueño, me imantaba mirando…
Pero cuando llovía,
cuando llovía era doblemente bello…
ver las gotas de
lluvia caer iluminadas por la luz del farol,
ver las hojas de los árboles
de un color sombra brillante y delineadas con verdes de diferente tono hasta
fundirse en un negro que me confundía la oscuridad con el cielo,
ver los faroles naranjas que pasaban uno a
uno, a veces más rápido otras más despacio, y que
equilibraban entre el frescor de las gotas y el calor de su luz,
escuchar el agua golpeando una melodía melancólica
sobre el techo de chapa y verla luego formar caminos de río al terminar resbalando
por la ventana,
padecer la sensación de soledad que siendo tan
niña ese paisaje me provocaba y…
la placidez, la placidez de sentir que aquello
que estando afuera y sola sería
angustioso, era precioso sabiéndome calentita y refugiada dentro del auto con
papá y mamá…
Me fascina ver la lluvia a través de los faroles de la calle.
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