domingo, 26 de octubre de 2014

Noche, faroles naranjas y, a veces, lluvia.

Me gusta ver la lluvia a través de los faroles de la calle…

Me gusta porque revivo lo que sentía cuando los veía de chiquita mientras mis papás volvían de los bailes del pueblo.

Al salir del baile me cargaban dormida en el asiento de atrás del auto, y por lo general me despertaba a mitad de camino mirando hacia arriba.

Veía, a través del vidrio, los arboles perdidos en la noche y los faroles alumbrándolos en su aureola…y me gustaba tanto que en vez de cerrar los ojos y continuar mi sueño, me imantaba mirando…

Pero cuando llovía, cuando llovía era doblemente bello…

ver las gotas de lluvia caer iluminadas por la luz del farol,
ver las hojas de los árboles de un color sombra brillante y delineadas con verdes de diferente tono hasta fundirse en un negro que me confundía la oscuridad con el cielo,
 ver los faroles naranjas que pasaban uno a uno, a veces más rápido otras más despacio, y que equilibraban entre el frescor de las gotas y el calor de su luz,
 escuchar el agua golpeando una melodía melancólica sobre el techo de chapa y verla luego formar caminos de río al terminar resbalando por la ventana,
padecer la sensación de soledad que siendo tan niña ese paisaje me provocaba y… 
la placidez, la placidez de sentir que aquello que estando afuera  y sola sería angustioso, era precioso sabiéndome calentita y refugiada dentro del auto con papá y mamá…

Me fascina ver la lluvia a través de los faroles de la calle.

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