Y ahora, hilando
maravillas y luz, también me acuerdo de los
foquitos (lamparitas) de colores de las romerías del prado…
En las afueras de mi pueblo
existía un predio que abarcaba una manzana entera, estaba cercado por rejones altos y antiguos y
tapado además por cantidad de arboles, uno al lado del otro, grandes, altos y tupidos, que invadían el lugar hasta un mediano espacio
llano en el centro, donde se alzaba un antiguo caserón.
En ese espacio, se hacían
las romerías, que eran bailes nocturnos al aire libre donde se montaba un
pequeño escenario y después de cantar algún artista o grupo de la zona, se seguía
con música y baile hasta altas horas de la noche.
La equivalencia era: romería
igual foquito a color, foquito a color igual escondidas.
Porque esas eran las
dos cosas más bellas de la romería: la decoración con focos (azules, verdes,
rojos, violetas y amarillos colgados a
cables que daban toda la vuelta a la pista de baile y terminaban en hileras
desde el escenario hasta el caserón) y las escondidas que yo jugaba con los otros
nenes que iban, como yo, acompañando a sus papás.
Eran noches de
verano y un grupo de niños jugando buscarse, esconderse y encontrarse…corridas,
saltos, aventura, raspones, risas, enojos y llantos…qué lindo…
Era más nuestra
fiesta que la de los grandes. La música no existía, ni la gente, ni el vino. Solo
el juego, cubierto de un manto negro con detalles de color.
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