martes, 21 de octubre de 2014

"Palomita" (2013)

Nadie se enteró de que aquella noche, solita, en el sexto piso de un apartamento alquilado, murió Paloma…una paloma. Sopló una lentejita de aire por última vez dentro de una caja con ventanas coquetas, acompañada por un trapo viejo, a pasitos de donde yo dormía.
Me pregunto en qué parte de este inmenso universo algo cambió…porque yo sigo  levantándome a la misma hora, la gente sigue riendo, el sol brilla generoso, los días rotan repetidos y su olor aun impregna mi cocina.
Que pare el mundo por favor. Esto no puede seguir así…como si nada.
Odio el olvido, sí, lo odio… sin ponerme a evaluar si está bueno para así poder continuar, si es un mecanismo inteligente o si a veces lo he de amar. Digo que lo odio y ya.
También me pregunto las siguientes cosas sin preguntarme otras más complejas… ¿Habrá amado, tendrá hijos, habrá sido amada? ¿Alguien la recordará toda su vida? ¿Qué huella dejó en el mundo?
Aquella tarde que la encontré en el pasillo de mi edificio, yo estaba por salir muy apurada a comprar un regalo sorpresa para un ser querido y tenía poco tiempo para hacerlo.
 Y ahí la vi, en un rincón, quietita…casi muriendo sin defenderse ni luchar…escondía todo lo que podía su cuerpito plumero, como queriendo pasar desapercibida, como queriendo morir aunque sea en paz, como resignada a que una mano humana que se acercara solo sería para sacarla de forma violenta de ese lugar. ¡Qué equivocada que estaba! Porque esa mano era la mía. No podría pasar por mi mente dejarla allí, está en mi naturaleza el “no poder no hacer nada” ante el sufrimiento de un animal.
Busqué una caja, una escoba y con cuidado intente meterla. Y es que… a mí me nacen estas cosas de ayudar a los animales, pero a la vez me angustian por que ante el sufrimiento no soy totalmente resolutiva.
La miré, la miré mucho cual veterinaria, busque números telefónicos de veterinarios que atendieran una paloma, un domingo…
Busque información por internet, algunos comentarios muy alentadores y otros no tantos pero por lo menos (gracias a dios porque ya me creo demasiado especial) no era la única loca que rescataba palomas.
Con la vida ya complicada desistí ese día de los veterinarios e hice lo que mejor pude por ella. Con ayuda de mi novio la alimenté (y no comió), le di agua (tampoco bebió)…le puse un trapito viejo que le sirviese de cobijo…y la dejé, en su caja, en un rincón de la cocina.
Durante esos 2 o 3 días que estuvo conmigo (qué horror, ni siquiera sé cuántos días la cuidé) me sentí incomoda. Yo amo a los animales, pero le tengo miedo al dolor, y como ella estaba enferma…casi que ni quise tocarla. Nada de lo que hice incluyó algún tipo de roce salvo una caricia que con todo coraje le di en sus pelitos de la cabeza, bien ahí donde iría el moño.
¿Cómo explicar cuanto estuvo en mi mente aquella criatura?, la vigilaba a cada minuto, buscaba información, hablaba por teléfono con veterinarios, pensaba en ella a cada paso.
Ella… (hablaré un poco más de ella, al fin y al cabo es la protagonista) era bastante grande, era color gris clarito, era adulta ( lo supe por el color de su pico, en una de mis tantas búsquedas de información aprendí esto). También tenía ojos muy tiernos, mirada huidiza, pestañeo desprotegido, respiración sumisa y penachitos de ex vivaracha. No volaba, no caminaba, a veces intentaba  alguna de estas dos cosas pero solo lograba arrastrarse.
Tenía algo así como un tic, hacía movimientos con sus patitas sincronizados al ritmo del corazón.  Era como si su corazón moviese su cuerpo entero.
Una madrugada de tanto moverse se me escapó de la caja y paseó a los saltos por toda la casa. Pienso que tomó coraje y le puso movimiento a su derecho de volar, porque en algún rinconcito de su primitiva cabecita sabía que era su derecho, lo que ansiaba y lo que merecía.
El día que al fin pudo atenderla una especialista, la llevó mi novio mientras  yo en clase pedía el parte mediante mensajes cada minuto (desaprobé esa materia, de hecho). Diagnóstico: enfermedad New Castle, neurológica, con pocas posibilidades de reversión. Pero pocas, no nulas…y yo me aferré con fuerza a esas pocas transformándolas en todas.
Esa noche, al salir de clase, lo único que quería era llegar a casa y verla. Al mirarla sentí que iba a estar mucho tiempo más en mi casa y que yo podría hacer lo suficiente como para sentirme ansiosa y preocupada durante varios días.
¿La soltaría en la plaza? ¿Correría peligro? ¿Cómo saber cuándo estuviese bien preparada? ¿Tendría que volar primero por toda la casa? Juro que todo eso me inquietaba.
Después de medicarla, recé por que se salvara y me dormí imaginando el día de su primer vuelo después de que se curara.
 La llamamos Palomita.
Esa misma noche murió.
Partió a las horas de mi última mirada. Fue mientras yo dormía, no me di ni cuenta… ¿por qué no me di cuenta? ¿Por qué no me llamó, no pidió auxilio, no dejó que la socorriera? ¿Por qué a veces un deseo en el corazón, grande como un castillo, no basta? ¿Por qué mi mirada no alcanzó para que entendiera que debía quedarse, que yo quería que se quede, que la quería tanto como hasta para acariciarla…?
Yo le había hecho ventanitas a la caja para que no se aburriera, y la había acomodado un rato en el balcón para que se animara.Yo que no alcancé a sacarme el coraje de no animarme a abrazarla, con todas las ansias que yo tenía y con toda la necesidad que ella aparentaba.
Le conversé, la vi traviesa queriendo escaparse, la vi mejor…con futuro largo, de paloma.
No entiendo por qué se murió porque no entiendo la muerte pero menos entiendo  por qué  miles de palomas  mueren por día sin que ni vos, ni yo nos demos cuenta , ni nos roben si quiera un suspiro verlas muertas por cualquier parte.
Palomita, en más o menos dos días, logró que la quisiera, logró que me preguntara por ella, que la cuidara, que desafiara mis miedos aun tan fuertes, que creciera y priorizara la vida, que se me arrugara el corazón esa mañana…
Yo hubiese estado ahí y seguramente hubiese hecho algo para tratar de que no sufriera, no sé muy bien qué, no se me ocurre nada…pero hubiese estado allí, haciendo algo y bien cerca.
¿Por qué no cambio una pizca el mundo ese día? ¿por qué las sonrisas no tienen menos mueca?
Nadie sabe que tuvo un nombre que le dió un lugar en el mundo humano aunque sea unas horas, nadie sabe que alguien la quiso, la alimentó, le dió los remedios y la llamó entusiasmada “traviesa”…nadie sabe que tuvo un trapito y que tomaba agua en un taponcito de pileta lavatoria, nadie sabe que fue mi mascota.
Pero yo sí sé lo que significó para mí. Solo para mí, que atesoro su plumita perfecta  en mi libro preferido y la imagen de ese esperado primer vuelo, al cielo, contenta.
Atesoro el abrazo que no le di, pero que es y será solo suyo… y sé que lo tendrá de la manera y en el lugar que sea.

1 comentario:

  1. Estimada Noelia Paola Sánchez
    Muy bueno su relato. La invitamos a hacerse lectora y a solicitar las NORMAS EDITORIALES para enviar colaboraciones a REALIDADES Y FICCIONES (revista y suplemento literarios), mediante un email a: zab_he@hotmail.com, indicando nombre y apellido, ciudad y país.
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